miércoles, diciembre 31, 2003

Mañana no va a ser lo mismo

Supongamos que paso por la puerta de su casa, de la casa donde vivía cuando la conocí, esa con el jardincito breve y sin rejas, con cuatro o cinco plantas; con la luz de la pieza de arriba ahora apagada, con la persiana de madera a media asta, con el olor a soledad de una madre sola.
Supongamos que hace mucho que no la veo, que creo que ya no está en el país (y que ella llegó a creer el mismo destino para mí); que la sospecho feliz con su flamante esposo y su casa con jardincito pero suya , en un barrio más tranquilo, con un perro chiquito que apenas ladra pero acompaña mucho mientras él trabaja.
Supongamos que creo que no me olvidó, que algunas veces escucha la misma radio de antes y suena una canción que no nos gustaba, y suelta una risita que solo escucha el perro y se acuerda un poco de mí; supongamos que me dedica esa sonrisita una puteada suave y casi mentirosa.
Supongamos que yo no me puedo olvidar, que trabajo y escribo y vivo y siempre hay algo que me la devuelve aunque sea un poco.
Y supongamos que un día vuelvo a pasar por la casa de la madre, pero la veo a ella con su flamante marido (el perro se quedó en su casa), y ella me ve de lejos, y me saluda apenas con la mano, y cruzo la calle para saludarla de verdad, con un beso en la mejilla, y me responde con un mi marido y agrega, mientras me muestra la panza de tres meses, vamos a ser tres.
Podríamos suponer que mañana va a ser lo mismo, pero yo sé que no.

martes, diciembre 23, 2003

Sexo, cocalait y chocolate II (continuación del post anterior)

No voy a reproducir el resto de las conversaciones que tuvimos, porque no fueron muchas ni interesantes.
A menos de una hora de estar en su departamento, nos miramos sabiendo que los dos nos acordábamos de lo mismo: nunca había pasado. Habrá sido por falta de oportunidades (estaríamos más preocupados por nuestras amistades, o seríamos tal vez muy chicos), pensamos. Jamás habíamos estado tan cerca del sexo como esa vez. En realidad, lo más cercano que pudimos estar, según mi memoria, fueron dos veces: una, en la casa en que vivía cuando la conocí. Los besos nos dejaron sobre su cama y, aunque la remera cedió con facilidad, la cercanía de su padre abortó todo intento. La segunda vez fue en el departamento de su madre –algunos años después, cuando ya no éramos novios- y la escena había sido más o menos igual, pero un tanto más osada. La ocasión se perdió con el ruido de las llaves de la madre en la puerta.
Ya lo sabíamos; yo no iba a salir de ese lugar (y no permitiría que me vaya) sin pasar por ella.
La parte del sexo la omito por cuestiones de pudor y porque incluye a una persona que se merece todo mi respeto, pero sí puedo decir que fue casi extraordinario, y que cuando salió el sol nos reíamos de vernos desnudos y parados junto a la puerta abierta de la heladera, comiendo chocolate y tomando una cocalait.