lunes, septiembre 18, 2006

Ahora que la sequía de ideas amenaza mi integridad física - y sin que esto me importe mucho - aprovecho para seguir poniendo textos que no me pertenecen, pero cuya factura envidio artísticamente.


Hace unos diez años (¡a la mierda, te querés matar Guernica...!) alguien me acercó un poema de un autor que yo desconocía - en esa época desconocía a casi todos, y me estoy haciendo precio -.
Lo transcribí en el acto, y traté de memorizarlo. Guardé mi copia en una agenda que solía olvidar de revisar. Una molestia permanente bajo mi brazo que cargaba más para anotar boludeces que para organizar mi pocas tareas.

A raíz del poema que puse anteriormente, me acordé que conocía otro que me había gustado más, y recordé que lo había guardado en esa agenda... ¿Agenda? ¿Cuántas mudanzas hace que no la veo? No puede ser, tiene que estar en algún lado...
Y estaba. Desde el 17 de agosto buscando en los lugares más insólitos de mi casa, y la agenda apareció.

Leí el poema después de tanto tiempo. Al pie del poema había copiado algunos datos. Está firmado por un señor Engelbert Waresney Mamain, 1912 - 1979, y dedicado a Adelaida Fiorini, por la cual sentia una ambivalencia entre la pasión y el desprecio. Fue escrito antes de que ella muera.

Ocaso de un amor
pretendidamente eterno,
aunque en realidad no.

No quisiera mentir cual un perjuro.
El guante que lanzaste lo recojo
para no terminar hecho un despojo
llorando mis lamentos contra un muro.

Ni siquiera dudé de tu amor puro
ni me dejé ganar por el enojo
cuando ayer me serviste, sin sonrojo,
un café edulcorado con cianuro.

Me angustio hasta llorar, te lo aseguro,
cuando recuerdo aquel brebaje oscuro
y tu excusa: "Perdón... era un antojo."


Debemos aceptarlo aunque sea duro:
ya que juntos no tendremos un futuro
te regalo este balazo ahí, en el ojo.



Si alguien sabe algo del autor, pago la información con unas copas.