viernes, octubre 07, 2005

Guía para Cumbre de las Américas se ofrece.

Como sigo sin ideas propias para escribir, me doy el lujo de publicar otra nota del maestro Julio Alfonso, con la sospecha que los del diario no van a querer saber nada...
Que la disfruten.




Guía para Cumbre se ofrece

En casa dicen que soy buen guía, principalmente en algunos aspectos cuasi turísticos, no en otros que no vienen a cuento. Siempre que algún pariente, amigo o favorecedor viene de visita, soy el elegido de la tribu para hacerle conocer las bondades de la ciudad y la zona, lugares históricos, baches cumpleañeros o paisajes que hacen a la historia de Mar del Plata, sin obviar algunos lugares reñidos con aquellas conductas conocidas como ortodoxas. Es noble aclarar que no estudié para guía; lo digo sin que mi confesa sinceridad se tome como virtud, sino antes bien como vana información.


Queda establecido, entonces, que siempre fui buen cicerone, desde pibe. Y ello se lo debo a Pino, mi padrino. Él fue quien me enseñó a recorrer la ciudad cuando vine a ésta. Antes de presentarme la parte céntrica, la zona de playas, el Casino (su estructura exterior, claro) y los barrios residenciales, como Los Troncos, Parque Luro o La Perla, tomamos un colectivo que nos alejó del centro, hasta entrar en zonas donde imperaban casas sin revoques, barro y veredas tapizadas de yuyos, con árboles incipientes y chuecos, zonas donde predominaban los perros, pañales tendidos en patios traseros sin cercar y criaturas que comenzaban a dar sus primeros pasos vestidas con la misma ropa de nacer.

Luego, mucho tiempo después, los años supieron explicarme la actitud de mi padrino, quien aquella vez quiso mostrarme venas sociales totalmente distintas, para que las conclusiones me las diera la razón del tiempo, dueño absoluto de la verdad y sus intermediarios.
Ese aprendizaje, ese deambular por la ciudad que uno quiere y habita, hoy me autorizaría para ser buen cicerón si desde algún escritorio importante pidieran guías para acompañar a los presidentes que han de asistir a la mentada Cumbre Internacional.

Si tuviera la posibilidad de acompañar a algún mandatario, elegiría al de los EEUU. Sería de mi agrado indicarle a Bush el otro perfil de la rosa, lugares donde realmente existe lo que él y su grupo de inteligencia denominan ‘áreas de inseguridad’. Le haría conocer la situación riesgo de ciertos barrios, especialmente los del sur o el noroeste, lugares que no tienen salidas de emergencias, donde la luz es escasa, el asfalto utópico y la seguridad en estado de coma; lugares donde también hay muchos vidrios, porque a veces, en eso de juntar botellas con botellas, el vaivén de los carros hace que algunas se quiebren, sembrando de peligro ese ejido municipal con pretensiones de vereda, lugar que los chicos transitan con los pies desnudos.
Creo que el hombre se conmoverá, pues ha tenido noticias de barro en su propio país, luego del Katrina y Rita. Y si bien ese conocimiento lo hizo montado sobre seguro y yanqui helicóptero, no dudamos del poder de imaginación de quien ya proyecta un vuelo hasta la luna, lindo lugar para quienes se dedican a fabricar -para consumo interno o con fines de exportación- económicas cortinas de humo.

Estaré atento a cualquier enunciado que emane desde Turismo de la Nación. En una de esas consigo una changa como guía de presidentes que asistan a la Cumbre. Creo que mi Currículum Vitae móvil es óptimo para ese menester, pues me jacto de conocer zonas que, en definitiva, se han convertido en ciénagas culpa de los compromisos que el país hubo de asumir al pretender pagar, con vísceras sociales, deudas corruptas. Algún presidente, de los que llegarán para la Cumbre, sabe que su país tuvo algo que ver con algunos de nuestros huracanes, los que mi antojo llama Jorge Rafael, Carlos Saúl o Domingo Felipe, réplicas de Katrina que han dejado barrios sin salida de emergencia, con las casas a medio hacer; con las calles cicatrizadas de barro; con los diques de la contención social destruidos; sin manos, sin pizarrones y sin fe; 15 millones de personas tuteándose con la pobreza; con niños que se educan y crecen bajo la tutela de un basural que ayer era espacio lúdico, ideal para plantar árboles con ambiciones de luz. Son lugares comunes que un buen cicerón tiene la obligación moral de conocer si se ofrece para mostrar, a quienes nos visitan, lo que quedó de nuestra aldea luego del enorme huracán ético que aún sigue soplando con fuerza inmoral.

Julio Alfonso
julioalfonso@argentina.com