domingo, mayo 02, 2004

Olores e impresiones

Huele a incienso. O mejor: me resulta imposible evitar que un olor inesperado (¿hay alguien que espere olores?) me sitúe frente a un recuerdo. Huele a incienso, pero no hay humo, como en las misas; ni siquiera a lo lejos. Huele a incienso y ya no estoy respirando el aire viciado de mi lugar de trabajo, estoy con la cabeza allá donde pude oler el incienso por última vez.

Una mujer baja de un auto y se me acerca. No es fea ni joven; está visiblemente sola y no logra dar con una calle. Huele a una novia que yo tenía cuando empecé la secundaria. Pienso: pasaron muchos años desde aquella novia. Pienso: o aquella novia usaba el perfume de su madre, o esta señora usa el de su hija. Dos días después me cruzo con aquella novia, y pone cara de ofendida (o eso finge) cuando nota que no la reconocí (ahora parece mayor que yo, es verdad).

Caminando por una avenida fashion de Buenos Aires (la ciudad que maldigo y adoro) huelo el aire caliente que sale de la boca del subte. Siempre me pregunté si olerán igual los subterráneos de París o de Londres. Dos cosas no dudo: la primera es que la única forma de saberlo es la empírica, la segunda es que falta mucho para eso. Al otro día voy a visitar a mis abuelos al barrio de mi infancia, y me quedo oliendo el árbol que todavía está firme en la vereda, el que todavía tiene tallado mi nombre; ése cuyas ramas me resultaban cómodas y altas, el mismo que ahora me parece diminuto. Ése que sigue teniendo el mismo olor.

En un bar pruebo una cerveza artesanal. El lugar, a pesar de haber ido un par de veces, me resulta completamente ajeno; no hay un olor definido. Una camarera (fea pero eficiente) me trae una cerveza rojiza, denominada Scotch . Una banda se larga con una sesión de jazz que me gusta mucho. Dicen que es el mejor brew-pub de Mar del Plata. La intensidad del olor de la cerveza me dura toda la noche.

Agradezco, a quien corresponda, por mi nariz.