martes, marzo 09, 2004

Soñé que no soñaba

Estoy enrolado en el grupo de seres que no recuerdan los sueños, aunque no estoy seguro que clase de entes integran dicho grupo, o cuáles son las restricciones para formar parte, además del hecho de no registrar las sensaciones oníricas. Bien podría ser yo un perro, suponiendo que los perros no recuerden.
Lo curioso es que mi incapacidad de recordar no es psicológicamente selectiva, no deshecho los sueños por ser muy feos, sino que sólo me queda un jirón de sensación, en el mejor de los casos; en mi exiguo catálogo de sueños hay uno de mi niñez, otro de mi adolescencia y finalmente uno de hace un par de meses; la memoria me hace confundirlos y modificarlos cada vez que puede, de manera que no siempre los recuerdo iguales a la última vez, e incluso confundo unos con otros. (Creo que alguna vez llegué a soñar que vivía los tres sueños al mismo tiempo).
Sin embargo, sé que sueño todas las noches. Convengamos que la tecnología me ayuda mucho: una cámara digital registra los sucesos de los cuales no puedo ser testigo consciente, las distintas etapas desde la primera flaqueza de la vigilia hasta el estado más profundo de inconsciencia. Tuve que vaciar toda una biblioteca a fin de acomodar en sus estantes decenas de discos compactos con grabaciones de mis noches. (La presencia de la cámara ha sabido espantar a más de una acompañante, ante el temor de la violación de la intimidad).
A la mañana, después de los obligatorios mates, edito el material de la noche y lo reviso con mucho cuidado, tratando de generar el recuerdo de los sueños. Me llena la garganta un principio de escozor, ese resabio de sueño, esa ínfima sensación de saber que algo soñé, acompañada respectivamente con una mueca de sonrisa o de espanto, según los casos, pero nunca más que eso. Nunca una imagen completa.
En la grabación de hoy me vi durmiendo boca arriba, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cara con expresión de enojo, o más bien de severa seriedad. Sentí algo extraño, como si tuviera un trapo colgado de mi lóbulo cerebral derecho; supe que eso era todo lo que podía recordar, y casi lloro.
Pero no me desanimo: ya llega la noche, otra oportunidad, y eso no es poco.